Si alguien me preguntase, en estos momentos difíciles y amargos de mi vida, cuál es mi deseo más ferviente y cuál mi voluntad más absoluta, yo les diría:
vivir eternamente con Perón y con mi pueblo.
Muchas veces, en las horas largas y duras de mi enfermedad, he deseado vivir no por mí, que ya he recibido de la vida todo cuanto podía pedir y más todavía, sino por Perón y por mis "grasitas", por mis descamisados.
La enfermedad y el dolor me han acercado a Dios y he aprendido que no es injusto todo esto que me está sucediendo y que me hace sufrir.
Yo tenía todas las posibilidades de tomar; cuando me casé con Perón, el camino equivocado que conduce al mareo de las altas cumbres. En cambio Dios me llevó por los caminos de mi pueblo y por haberlo seguido he llegado a recibir como nadie el cariño de los hombres, de las mujeres, de los niños y de los ancianos.